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Nueve de Julio

Ciudad rica pueblos pobres

POR ANDRÉS TEMPO

Los pueblos renacen dos meses antes de las elecciones. Emergen en las recorridas de los candidatos. Allí se ven, como en una vidriera al paso, y nos enteramos que existen. Los vemos desfilar por las primeras planas de los diarios. Las visitas se organizan: lunes Patricios, martes El Provincial y Morea; miércoles 12 de Octubre y Dudignac; jueves French y La Niña; viernes Dennehy Naón; sábado Quiroga. Domingo no se trabaja.

También aparecen para el gobierno de turno. Las obras nunca llegan en enero, febrero o marzo. Lo poco que hay se acumula cada dos años a partir de julio. Y así aguantan.

Los delegados del sistema actual, son los que pueden demostrar mayor capacidad para ser oficialistas. De lo contrario no tendrán ni un litro de nafta para cortar el pasto de la plaza y sus vecinos, irremediablemente, los harán a un lado. Sus vidas dependen del grado de sumisión al voluntarismo de una persona, jamás de la exigencia. Por definición no son pueblos libres; sus elecciones son un simulacro de la democracia. Una alcahuetería necesaria para la subsistencia.

Nueve de Julio es un Distrito, que desde hace décadas no se ve a sí mismo como un territorio autónomo con casi medio millón de hectáreas. Su clase política, una generación nacida en la abundancia de lo que otros hicieron, se ha sentado en la zona de confort a recoger los frutos en un presente continuo sin ninguna visión de futuro.

En una mesa que desde hace años tiene el mismo tamaño, cada vez son más los y las nuevejulienses que deben contentarse con comer un sándwich de parados. Los jóvenes hace tiempo que no tienen lugar, se las rebuscan en empleos mal remunerados; o son hijxs de, o inventan algo sin el menor apoyo del Estado. Nadie piensa que todos los años cientos de ellxs deben entrar al mercado laboral a hacerse de una vida.

Es que 9 de Julio sigue pensándose desde la ciudad cabecera y para la Plaza Belgrano. El centralismo se ha arraigado como forma de vida sin discusión. Para poner solo un ejemplo, la administración de Mariano Barroso, se ufana de haber sido capaz de asfaltar más de 160 cuadras en los últimos cuatro años; pero no es capaz él ni ningún miembro de la oposición, de señalar que ese dato es el equivalente a 16 kilómetros lineales. Mucho menos a constatar que todo el acceso a Patricios, tiene la mitad.

¿Qué son los pueblos? La respuesta a esa pregunta llevaría inevitablemente a la clase política a rediscutir el presupuesto municipal. ¿De quién es el presupuesto? ¿Cómo hacemos para que esa enorme maquinaria productora de materias primas de 4.230 Km2 de extensión, sea capaz de absorber a la totalidad de los y las nuevejulienses?

A veces la reducción lingüística provoca estragos. Que “el campo produce” es una de ellas. Esa malformación podría caer con tan solo un juego de lógica. Pensar en el éxodo nuevejuliense como lo fue el jujeño de Manuel Belgrano. Imaginar a los vecinos y vecinas caminando rumbo a Bragado vaciando el Distrito de seres humanos. Docentes, alumnxs, camioneros, gomeros, mecánicos, comerciantes, abogadxs, agrimensorxs, panaderxs, arquitectxs, policías, veterinarixs, puesterxs, periodistas, socixs de los clubes, curas y monjas, bicicleterxs, tractoristas, estacionerxs, albañiles, carnicerxs, medicxs, productores; todos y todas mirando desde los techos de las casas de Bragado hacia 9 de Julio, para ver qué produce el campo.

El camino hace al desarrollo y no es el desarrollo el que justifica el camino. La obra pública debe ser inversión de lo contrario es gasto. La inversión es en dinero, con fondos que se dirigen. De la misma manera que hubo alguien que “destinó” 500 millones para hacer 160 cuadras; ¿podrían algunos otros u otras dirigirlos hacia un acceso que creen más productivo? ¿Quién tiene esa decisión? ¿De quién es el presupuesto?

La coparticipación que de forma automática recibe 9 de Julio: ¿a qué responde? ¿A lo que genera la ciudad, o a lo que produce el distrito? ¿Qué representación tiene ese Distrito en el lugar en donde se decide que gastar $20.000.000 en “hermosear” una plaza del centro, es mejor que hacer dos kilómetros de acceso a La Niña y rehacer una cuenca lechera que supo incluir económicamente a 3.500 habitantes? Hoy, la localidad que tuvo una sede del Banco de la Provincia de Buenos Aires, es un pueblo cuasi fantasma que hace unos años debió cruzar una camioneta delante de un cajero automático para que no se lo llevasen. ¿De dónde sacarán esas doscientas almas la fuerza política suficiente como para direccionar 500 millones que le devolverían la producción a sus potenciales 3.500 habitantes y aportaría al PBI nuevejuliense?

Una semana bien organizada sirve a los y las candidatas para recorrer los pueblos. Allí culmina su dádiva de inclusión; su acto de presencia. Hasta ahora ninguno de ellos ha pensado en la conveniencia de que esa representación sea equitativa, igualitaria, tanto como lo es la paridad de género. Nunca nadie imaginó un Consejo Deliberante integrado por dos cámaras. Una de representantes de los Pueblos del Distrito, como lo son los senadores a nivel provincial o nacional y otra; con la representación de toda la ciudadanía en general, como son los diputados.

Nadie ha reconocido el derecho de la localidades a la coparticipación del presupuesto municipal. Todavía no se ha imaginado la conveniencia de que sean los y las vecinas de las localidades las que decidan qué es lo más importante para ellos. Si una plaza en el centro es más importante que dotar de cloacas a toda una localidad; aumentar su capacidad energética o estar conectada por un acceso a las principales vías de transporte.

¿Qué sucedería si a la inversa, fueran las Delegaciones de los Pueblos, las que invitaran a los intendentes a la inauguración de obras hechas con fondos propios producto de la coparticipación?

 

Nadie ha pensado todavía en las ventajas de la discusión distrital del presupuesto. Nadie ha imaginado cómo impulsar el desarrollo del distrito vía el desarrollo de los pueblos. El paternalismo centralista impide que la voluntad política del interior determine los destinos del partido. El centro insiste con el mito “el campo produce”; sin notar que solo es el árbol que le impide ver un bosque repleto de gente que está detrás.

¿Qué sucedería si a la inversa, fueran las Delegaciones de los Pueblos, las que invitaran a los intendentes a la inauguración de obras hechas con fondos propios producto de la coparticipación?

No siempre se pensó así, hubo en 9 de Julio otro tiempo en el que sus generaciones salían a buscar el futuro, no lo esperaban. Generaciones que afrontaban el desafío de crecer para dar lugar a los que vinieran. Vecinos y vecinas que se sentían dueños del destino y autónomos que aportaban desde aquí a la Nación y no a la inversa. Tiempos de una sociedad con conciencia de su participación en el contexto, en donde se forjaban dirigentes con discurso propio que sumaban a las grandes ligas.

Cuando 9 de Julio (su gente) decidió que quería ser dueña de su economía, gestó la idea de apropiarse de la energía y de crear su propia usina. El grupo encargado de llevar ese desafío adelante, tuvo un presidente, Tomás Cosentino.

No fue magia, tardaron veinte años en realizar el sueño. Pero esa fuerza vital estaba en las ideas que sostenían desde el principio. Él abrió la primera reunión con estas palabras: “Hago votos para que nuestra presencia aquí sea el inicio de nuevos rumbos por el futuro desarrollo de nuestro pueblo y de utilidad a la grandeza de la República. Los factores primordiales para el bienestar de un pueblo, después de lo que significa el alimento, son el agua y la luz, dos cosas que hoy (año 1930) cada comuna deberá poseerlas en su exclusiva propiedad”.

Si ellos fueron capaces de entender que el secreto del desarrollo pasaba por la disposición de los recursos; cuál es la razón para negarle esa posibilidad a los pueblos. ¿O acaso creen que recursos son solo el agua, la luz y el alimento de 1930?

 

 

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