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Nueve de Julio

Increíble, nadie habla de trenes!

POR ANDRÉS TEMPO

Por lo general, las notas que hablan sobre el transporte ferroviario en nuestro país lo hacen desde el punto de vista sociológico. Es por esa razón que casi siempre van acompañadas de imágenes desoladoras de estaciones de tren detenidas en el tiempo a la vera de pueblos fantasmas. Los reporteros gráficos, traídos por lo general de la gran ciudad, se deslumbran con el paisaje opaco de la dejadez. La tierra y el polvo que contagia de marrón todo lo que toca, los cautiva. Es un clásico ver el nombre del pueblo en el viejo cartel rectangular de letras blancas cuarteadas sobre fondo negro en primer plano; y por detrás algún pueblerino tratando de cruzar la vía con su bicicleta.

Pero estas líneas no quieren expresar lástima o desazón por esos pueblos; sino por nuestros dirigentes.

Quienes habitamos este suelo, vivimos escuchando que para poder crecer el país necesita llevar adelante reformas estructurales. Por lo general la cantinela gira en torno a los impuestos y al gasto público. Pero ninguna de las teorías esgrimidas por los sabios economistas analiza el mercado. Hablan sí, hasta el cansancio de hecho, del mercado interno y del mercado externo. Quienes representan a los exportadores, ponen el acento en los dólares que generan; otros, más afines a los empresarios denominados “nacionales”, ponen el acento en el trabajo que generan. Básicamente todo va por ahí. Pero es increíble que todavía ninguno de los dos grupos haya notado que la idea de “mercado” en la cual se basan, es errónea.

En resumen: sin trenes no hay mercado interno. Y se dirá, cómo es eso. Así de simple. Sin trenes los mercados son locales, parciales, individuales. Eso significa que no tienen escala. Sin escala o volumen, nada se puede hacer. No es posible ni vender, ni fabricar. Ni ser comerciante, ni ser empresario.

Las transacciones económicas giran alrededor de dos aspectos básicos: los costos y el precio. De esta relación surge otro término un poco más moderno: la competitividad. Pero cuando se analiza la competitividad de las empresas argentinas, se lo hace refiriéndose solo a los costos. La gran mayoría de los economistas (de manual) llenan páginas enteras en diarios y portales criticando el costo argentino y postulando recetas dedicadas a disminuirlos que pueden agruparse en dos: bajar los impuestos, o en su caso, bajar las cargas laborales.

Pero ninguno de ellos analiza el volumen. Nadie se plantea siquiera la posibilidad de ganar menos en cada producto multiplicando la cantidad vendida. Todos parten de un techo, de un volumen máximo X, de modo que no queda otra alternativa que la de escarbar hacia abajo.

Una pequeña minoría (también insensata) analiza el volumen. Pero cuando lo hace, se representa al mercado como la sumatoria de la cantidad de habitantes, en el caso argentino, de 45 millones de consumidores. Afirman que se trata de un mercado pequeño y concluyen que la única solución para el país pasa por aumentar las exportaciones. En otras palabras, darle volumen. Luego de esto, se envuelven y nos envuelven en un regodeo infinito en el que se estudian las siguientes parejas de opuestos: mercado interno Vs. mercado externo/ precios internos Vs precios externos/ precio de los commodities Vs. retenciones/ etc,etc,etc,etc,etc,etc. Hasta el infinito como en una rueca. Y todo eso es falso.

Nuestro mercado no es de 45 millones de consumidores. Es muchísimo más pequeño. Es de 3 millones si nos referimos a Ciudad Autónoma de Buenos Aires, de 47.000 consumidores si se trata de 9 de Julio, de 87.000 si la empresa está en Junín; o de 24.000 si le tocó Rawson. Al que quiera emprender en La Niña, que tiene 200, le será imposible, aun cuando esos doscientos habitantes estén parados sobre una mina productora de leche.

Cuando los pescadores se alistan para ir a pescar y preparan su equipo, no analizan la cantidad de pejerreyes que hay en la provincia de Buenos Aires; se preocupan por saber qué pique tiene la laguna a la que van. Ese es su mercado. Y por qué? Simple, no tienen tanta tanza. No pueden llegar a todas.

Si esto suena lógico, cuál es la lógica económica que pretende imaginar un mercado interno de 45 millones de consumidores, cuando el costo de flete de un producto hace que su valor se duplique con solo transitar 300 kilómetros. Como el pescador, el producto se queda sin tanza. Será competitivo en capital, pero fuera de ella, no hay pique. Sale el doble. Seguir definiendo al mercado interno por su espacialidad, no tiene el más mínimo sentido.

Sin trenes no hay mercado. Sin mercado no hay comercio. Sin comercio no funciona la economía. Con ese techo no hay salario que por más bajo que sea baje el precio. Con ese techo de nada vale desfinanciar al estado disminuyendo a cero los impuestos; la competitividad se pierde en la ruta. Será por eso quizá, (dato que no tienen en cuenta los análisis económicos) que todos los países desarrollados tengan y se esmeren de forma continua por tener una gran infraestructura ferroviaria. Si lo sopesaran, al menos por un instante, verían que su razón de ser no es la comodidad, sino el volumen. En otras palabras, la escala mínima e indispensable para que las empresas adquieran el piso desde donde poder despegar.

Nuestra ignorancia, en cambio, se reafirma de forma constante. Y de hecho suele actuar como soporte para nuestras disputas políticas. Es como si nos esforzáramos por ser cada vez más brutos. En el año 2006, Néstor Kirchner fue atacado desde todos los ángulos posibles cuando propuso un tren de alta velocidad que uniera las ciudades de Córdoba, Rosario y la Ciudad Autónoma (las tres ciudades más pobladas del país). El argumento principal para la oposición a la obra afirmaba que una nación con un sistema ferroviario tan atrasado no podía darse ese lujo. Argumento que puede ser traducido de la siguiente manera: Una nación tan atrasada solo merece seguir viviendo en el atraso. En fin…

Ni en ese momento, ni pasados dieciocho años de aquella idea; todavía nadie pensó que ese gobernante lo que proponía era crear el mayor mercado de consumo del país. Un mercado de 6 millones de habitantes reunidos en tres horas. Que si a eso se le suman las áreas circundantes (Gran Córdoba, el Gran Rosario y el Conurbano bonaerense); la cantidad se eleva a 15 millones de consumidores de bienes y servicios con los mismos precios, o con variaciones muy leves. En otras palabras: un mercado de consumo con volumen significativo. Una laguna a la que con la misma tanza y la misma carnada, se llega a una mayor cantidad de pejerreyes.

El concepto de cercanía con el producto es tan poderoso, que con facilidad logra que un influencer con ideas mediocres gane más dinero en un minuto que un empresario deslomándose después de todo un día de trabajo. En lugar de concentrarnos en estos procesos, seguimos recargando en el comercio y las empresas locales, una enorme gama de subsidios, trabas, recompensas o presiones; sin descubrir que lo único que sobra es distancia, y que lo inventado para acortarla de forma económica se llama tren. El mismo que usan todos los países con menores índices de ignorancia.

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